viernes, 31 de agosto de 2007

Releer sus cartas - Mat Elefzerakis

Ya no estás más a mi lado, corazón, ya no me llegan cartas tuyas, esas cartas que me alcanzaban, primero una vez al mes, después cada mes y medio, luego, cada tres meses, y la última, llegó hace dos años.

En el alma sólo tengo soledad. Sin ella, sin sus palabras ya, estoy sólo, antes, al menos tenía las cartas, como en aquella en la que me contó que su madre la había abandonado cuando no había cumplido los dos años. Su padre se había reducido a un ser taciturno y esquivo, además de alcohólico. Todas las noches, después de trabajar, se encerraba en su dormitorio a escuchar sus tangos. Muchas noches ella intentó alegrarlo. Pero él, en su alma, igual que yo ahora, sólo tenía soledad.

“Y si ya no puedo verte”. Me dijo un día. Tenía doce años y nos conocíamos hacía un mes, cuando el circo me había llevado a aquel paraje perdido de Córdoba. Yo fui el primero en besarla. Aquélla posibilidad, no poder vernos, la instaló la desaprobación de su padre a mi manera de vivir la vida, y que yo fuera diez años mayor que ella. Mi bohemia trashumancia le molestaba sobremanera. Y sí, yo era, y soy, un acróbata circense. Tres meses me bastaron para saber que ella era el amor de mi vida.

“Porque Dios me hizo quererte”. Me explicaba ella su decisión de escapar de aquel pueblo y seguirme, a mí y al circo, a donde la vida y los caminos nos llevaran. Pero, mientras nosotros hablábamos, el padre encontró el bolso bajo su cama.

Para hacerme sufrir más, no dudó en golpear con el puño cerrado el rostro de su propia hija mientras me amenazaba, borracho, con volarme la tapa de los sesos. Sin embargo, gracias a esa borrachera, el disparo me atravesó el hombro, pero mi corazón, hacia donde estaba dirigido, igualmente quedó desgarrado al tener que irme, sin ella, de aquel pueblo.

Siempre fuiste la razón de mi existir, pienso, invariable e inevitablemente, cada vez que te recuerdo, mi acróbata circense. Fuiste el primer, y el último, hombre del que estuve enamorada. Y fue hace tanto. Yo sólo era una nena. Doce años tenía. Vos, veintidós. Tu edad y tu profesión fueron más que suficiente para que mi padre se opusiera terminante y tajantemente a nuestra relación.

Adorarte para mí fue religión, adorar a mi ángel, hermoso y perfecto. Te escucho, todavía, en mi mente, o sería más correcto decir, en mi corazón. Y pienso en aquella tarde, la más feliz de mi vida, en que me diste mi primer beso. O, más tristemente, en el atardecer en que mi papá te atravesó el hombro de un balazo, luego de emborracharse, tras descubrir que había empacado mis cosas, para escaparme con vos.

Y en tus besos yo encontraba la ilusión de vivir la vida en compañía de tu amor. No cabía otra posibilidad. ¿Cómo pensarlo de otra forma, con mi mente adolescente? Si hasta fuiste capaz de decirme: “Te amo”. Me lo dijiste, y me descolocó. Yo no supe responder, y no lo repetiste, hasta el último día, cuando tu sangre manchaba el suelo de Córdoba. “Te amo”, te escuché por segunda y última vez.

El calor que me brindaba tu recuerdo me permitió seguir viviendo. Escribiéndote yo me sentía más cerca. Y fue escrito, y adornado, que viste el primer “Te amo” que yo te dediqué. Estoy segura que en tu cabeza, o más bien en tu corazón, podías escucharlo. Todos los días te escribía, pero por supuesto no mandé todas las cartas. Lo hacía periódicamente, una por mes, aunque después, cuando ya escribía menos, comencé a incrementar el tiempo.

El amor y la pasión que sentías por mí, te hacían responder devotamente cada una de mis cartas. La primera carta que me respondiste, supe que tus palabras habían sido verdaderas, porque repetías todo lo que me habías dicho, y escribiste más. Que nunca me ibas a olvidar. Que te harías un partido digno de la aceptación de mi padre. Pero también, como caballero que eras, que sos, seguramente, me pedías que si me enamorara de otro, no te esperara, que hiciera mi vida, y fuera feliz.

Es la historia de un amor, releer sus cartas. Sé que ella me amó como yo la amé. Pero yo todavía la amo. Cuando sus cartas cesaron, yo también terminé las mías. Nunca le escribí para preguntarle si había encontrado a alguien más. Asumo que sí, y prefiero no tener confirmación. En la respuesta a la primera de todas las cartas, le dije que si se enamorara, no me esperara, pero, deliberadamente, no le había pedido que me avisara. Y, si pasó, no lo hizo.

Como no hay otro igual, el trabajo circense trae muchísimas satisfacciones. He sido feliz, no puedo negarlo, sería injusto para tanta gente que me quiere y me apoya. Amigos, compañeros, que me hacen reír cuando caigo en mis periódicas recaídas. Es que nunca más volví a enamorarme, y no pude dejar de recordarla.

Que me hizo comprender que la vida hay que vivirla. Vivo para volver a verla algún día. Regresaremos a aquel pueblito cordobés, más tarde o más temprano. Y yo podré verla, o, al menos, recabar información verdadera acerca de su destino. Si está casada, si tiene hijos.

Todo el bien todo el mal es lo que representa para mí la cicatriz en mi hombro. El balazo con el que su padre destruyera mi corazón y me obligara a irme sin ella. Hubiera arriesgado mi vida sin dudar, pero no podía arriesgarla a ella, no podía permitir que, por quererla matarme a mí, pudiera herir a su propia hija. No hubiera podido perdonármelo nunca. Pero tampoco nunca me perdoné haberla dejado. Fue, al mismo tiempo, todo el bien todo el mal.

Que le dio luz a mi vida, ella, sólo ella y nadie más. Perdón, amigos, déjenme llorar, es sólo una más de mis ocasionales crisis. No se preocupen, no voy a tomar ninguna decisión determinante. Uno tiene que decidir cuando sabe que está en uso pleno de sus facultades. Y yo sé que, cuando estoy así, no pienso con claridad.

Apagándola después, la luz, por favor. Gracias, y cierren la puerta al salir.

Ay, qué vida tan oscura. Tan triste, tan desolada. ¡Qué será de vos, Amor! ¿Dónde estás? ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué el circo no puede llevarme de nuevo a tu pueblito? Te extraño, te amo. Siempre lo haré, por siempre y para siempre.

Corazón.

Sin tu amor no viviré.

Mat Elefzerakis;

Miércoles 22 de agosto de 2007

No hay comentarios: