viernes, 31 de agosto de 2007

Pálido como un ángel - Mat Elefzerakis

Miedo... Pero, inmediatamente después, tristeza. Eso fue lo que sentí. ¿Qué hacían en el parque a esa hora? Ellos sabían lo peligroso que era. ¿Dónde estaba Mariano, estaba muerto, estaba vivo? Pedirían rescate por él en cualquier momento, eso era seguro. Sí, me repetía mi papá mientras yo lloraba desconsoladamente cuando él me contaba, tras acompañar al padre de Andrés a la morgue a reconocerlo, que el cuerpo estaba cubierto de ropas pobres, como las de los ladronzuelos del parque, así me había dicho él. Sabíamos que Mariano estaba con él antes que lo mataron, porque lo había pasado a buscar a mi casa.

Desde el balcón de mi habitación, aunque dista más de media cuadra de la esquina, puedo ver el parque. Esa noche había escuchado un disparo, o lo que me pareció un disparo, porque no escuché ningún grito, sólo aquel sonido explosivo en la monotonía de la noche.

Andrés estaba muerto. Habían encontrado un arma de grueso calibre cerca que había hecho un solo disparo. Pero a Andrés lo habían matado a golpes. Su cuerpo estaba muy perjudicado; su rostro, irreconocible; su cuello, rasgado con saña inhumana. Su padre lo identificó por una marca de nacimiento arriba de su tetilla derecha... ¿Y Mariano? ¿Dónde estaba Mariano, el Amor de mi Vida, la luz de mis ojos, dónde?

Durante el mes que siguió al asesinato de Andrés y la desaparición de Mariano, no hubo ningún pedido de rescate. No había sospechosos. La escena del crimen estaba limpia de huellas. Pronto, demasiado pronto, se instaló de manera oficial la hipótesis que Mariano había asesinado a Andrés antes de desaparecer. La prensa comenzó a hostigarme a mí, a mi familia y, por supuesto, a las familias de Andrés y Mariano. Yo ya no tenía ganas de seguir, mi vida sin él no tenía sentido. Pero tenía que saber, tenía que entender lo que había pasado, dónde estaba.

El tiempo pasó y seguíamos sin tener noticias, yo seguía llorando, encerrada en mi habitación, cambié mis hábitos de sueño, sólo de noche podía salir al balcón a respirar, de día, algún fotógrafo podría buscar la foto de tapa para alguna revista amarillista. Ya no vivía de día. Mi vida, si a eso podía llamarla vida, transcurría de noche. Seguía llorando, sin Mariano, mi vida perdía luz, y mi existencia sentido... Sólo continuaba para saber por qué, para saber dónde estaba, por la posibilidad de que estuviera vivo y pudiera regresar a mí...

Habituada a mis lágrimas empañando mi vista, pude comenzar a leer en ese estado. ¿Qué leía? ¿Qué otra cosa podía leer? La sección de policiales del diario: leía las locas hipótesis de los periodistas de investigación sobre el caso; el expediente seguía sin sumar nada... Y leía todo lo demás. Toda la sección, de la primera a la última palabra. Buscaba algún indicio que me indicara qué había pasado con Mariano, algo que me permitiera intuir quién era el asesino de Andrés.

No pasó mucho hasta que encontré la noticia de otro asesinato como el de Andrés. El arma en la escena del crimen, esta vez, era un cuchillo. Se creía que éste había sido utilizado por la víctima para intentar defenderse. El muerto estaba también desfigurado a golpes, y su cuello había sido destrozado. Corté el artículo y se lo entregué a la custodia, sí, teníamos custodia las veinticuatro horas, para que se lo lleven al comisario, junto con una carta con mis conjeturas y conclusiones. El asesino había atacado de nuevo y, tal vez, Andrés no había sido su primera víctima.

La policía relacionó las dos muertes, la de Andrés y la que yo les había indicado, con una serie de asesinatos anteriores que compartían el mismo patrón. Parecía el accionar de un asesino serial. Indigentes, ladones, esas habían sido todas las víctimas anteriores. Todos muertos a golpes, con sus cuellos rasgados inhumanamente, con un arma encontrada en la escena que nunca era usada por el asesino, sino por las víctimas. Todos ladrones, armados, y, aunque Andrés no lo fuera, como ellos estaba vestido, como ellos estaba armado. ¿Estaba allí la clave de la desaparición de Mariano? ¿Dónde estaba Mariano? La investigación aseguraba que Andrés era una víctima más de este asesino serial, por ser de clase alta, era la excepción que confirmaba la regla. La policía no podía encontrar ninguna pista que los guiara a este depravado asqueroso, inmundo e infecto, que mataba pobres ladronzuelos y que, estaba yo segura, tenía a mi Mariano con él, muerto o vivo, como trofeo.

El paso del tiempo, sin noticias, sin pistas, me desesperanzaba, ya habían pasado más de seis meses del asesinado de Andrés, de la desaparición de Mariano.

Fue entonces, cuando comencé a perder las esperanzas de verlo con vida de nuevo, que empecé a dormir mucho más de la habitual, pasaba muy pocas horas despierta, desde el atardecer hasta la madrugada profunda... Pero, todas las noches, sin excepción, soñaba con Mariano. La primera vez fue extrañísima, habría podido jurar que estaba despierta. Él entró por mi balcón, vestía totalmente de negro, un impecable traje, con chaleco incluido, incluso, también, sobretodo. Pálido como un ángel, con los ojos resaltados como delineados en negro. Yo estaba inmóvil, paralizada, hasta mis lágrimas habían dejado de fluir. Mariano se me había acercado lentamente, como para que lo viera, como para que lo reconociera y me tranquilizara, como para que digiriera el impacto de tenerlo frente a mí de nuevo, después de tanto tiempo. Pasó delante de mí y fue a mi escritorio. Tomó mi vaso y dejó caer una pastilla. “Tomá, Amor, sólo así podrás estar conmigo, tomálo”... El resto del sueño, después de tomar aquel vaso, fue cada vez más confuso y poco claro, sumido en una indefinición, como bajo los efectos de un alucinógeno... Así se sucedieron los sueños, noche tras noche. No eran repetitivos, aunque siempre confusos e indefinidos, eran distintos. En los primeros sólo hablábamos. Yo quedaba hipnotizada por el movimiento de su boca, por la palidez angelical de su rostro, por el contorno de sus ojos, tan negro como su impecable vestimenta. No tardó mucho en besarme. Creo que la primera vez, fue porque yo se lo pedí. Pareció dudar, pero me complació. Aunque era un sueño, sólo un sueño, me devolvió un poco más de vida.

La mañana siguiente intenté levantarme al mediodía, pero la luz que entraba por el balcón me lastimó los ojos. Cerré bien las cortinas y no pude hacer otra cosa que volver a dormir. Al atardecer, desperté. Leyendo las noticias policiales encontré la noticia de otro asesinato. Otro ladrón, otra vez destrozado, otra vez el parque que podía ver desde mi balcón. En la madrugada profunda comenzó, como cada noche, mi sueño nuevamente. Mariano entrando por mi balcón. Esa noche conservé suficiente razón para preguntarle qué le había pasado. Dónde estaba. Quién era el asesino de Andrés. Me respondió que no me preocupara, que era nuestro trabajo, de él y mío, hacer justicia por Andrés, o si no justicia, el menos venganza. Así me dijo. Después, hicimos el amor. Dulcemente, él siempre había sido dulce, no podía soñarlo de otra manera. Él mismo me dijo, que si no lo había hecho hasta ahora, era por temor a lastimarme... ¿Lastimarme? Desperté, como siempre, al atardecer, había dejado de despertar al mediodía, con la sensación, ya habitual, que todo aquello había sido real.

–¿Cuánto tiempo más creíste que iba a tardar en encontrarte, Lestat?

–Mi nombre es Mariano, Magnus, y ya me habías encontrado hacía meses. De hecho, volví a mi barrio, no me escondí demasiado. Viniendo acá cada noche, no hice más que mostrarme, ¿o no? Me preguntaba cuánto tiempo más tardarías en venir a mí. ¿O tendría que decir “por mí”?

–¡Ja, ja, ja! ¡Me complacés, Lestat! El cachorro... Ya tiene colmillos... ¿No te parece una metáfora más que apropiada para referirse a nosotros? –preguntó con una sonrisa irónica, que sólo levantaba la mitad derecha de sus labios.

–Vamos al parque, Magnus, donde todo comenzó, donde mataste a Andrés a y me transformaste a mí. ¡Vamos, Magnus! ¡Vamos, y terminemos con esto de una vez por todas!

–No, Lestat, no vamos a ninguna parte. Si querés morir, de nuevo, ja, ja, ja... Morirás acá, en este balcón. Y una vez que estés muerto, transformaré a Natalia, pero no con mi sangre, con la tuya. Por tanto, será tan inferior en poder a mí, que tendrá que serme totalmente sumisa. Sos mi hijo, Lestat, mi creación, y no tenés ni la menor idea, del poder que eso significa. Por supuesto, no tenés el mismo poder que yo, no podés matarme.

–Ahí es donde vos estás equivocado, Magnus, puedo matarte y voy a hacerlo. Natalia no sufrirá esta maldición. No, el menos, por tu mano.

–¿No, al menos, por mi mano? ¡Ja, ja, ja! Qué grata sorpresa, Lestat, no sólo aspirás a matarme, sino a transformar a tu novia, y que lo siga siendo por la eternidad... ¡Cuánto romanticismo! ¡Ja, ja, ja!... Te doy dos opciones, Lestat. Primero, transformás a Natalia, y los entreno a los dos como discípulos míos. O, segunda opción: peleás conmigo, te mato, transformo a Natalia con tu sangre, limpio la escena de tal manera que la policía creerá que vos sos el asesino serial que buscan, que Natalia no soportó más el peso de su conciencia por encubrirte y te mató. Pero, como todavía te amaba, desapareció... ¡Ja, ja, ja! De la misma forma, Lestat, que vos desapareciste, es decir Mariano, después de matar a tu amigo Andrés, confundiéndolo con un ladrón, tus víctimas habituales.

–¡Sos un monstruo, Magnus!

–Sí, eso ya lo sé. Un monstruo, un muerto... ¡Un Vampiro! Eso es lo que somos, gritálo con orgullo, Lestat. ¡Se un Vampiro orgulloso, se mi discípulo! Te ofrezco, vivir con Natalia, tu amor, por la eternidad, nunca fui tan generoso ni en vida, ni muerto. ¡Ja, ja, ja!... ¿Te sorprendo? A mí me sorprendieron tus actos, drogar a tu novia para que no se diera cuenta que ya no eras vos mismo, que ya no estabas vivo. ¡Que ahora sos un Vampiro!... ¿Sabés algo? Ella, Natalia, como Vampiresa, será tan interesante como vos, seguro... ¿Y? ¿Qué me respondés? ¿Qué opción elegís?

–¿Puedo hacerte una pregunta, Magnus? –el Vampiro antiguo respondió con una inclinación de su cabeza, sin perder nunca su sonrisa macabra–. ¿Es verdad que las estacas de madera en el corazón pueden matarnos, o es sólo folklore?

–¿Planeás estacarme? ¡Ja, ja, ja!... ¿Acaso me mató la bala de tu amigo Andrés atravesándome la cabeza? ¡Ja, ja, ja!... No, Lestat, es folklore. Sólo el fuego y, por tanto, la luz solar, puede matarnos. O sea, lo que voy a hacerte, es destrozarte, descuartizarte, enterrarte un par de siglos, para que sufras, y mucho, no sólo por estar descuartizado, sino también por seguir viviendo, hambriento. Para finalmente, desenterrarte y dejarte abandonando, en un lugar sin sombra, por supuesto, justo antes del amanecer.

–Omitís información, Magnus. Estuve investigando. Sé que las estacas no pueden matarnos, pero sé también que nos inmovilizan. No seré cruel, como pretendés serlo vos: ¡Morirás calcinado en el amanecer de este día!

–¡Ja, ja, ja! ¡Sí que ya tiene colmillos este cachorro! Y decíme, ¿cómo vas a hacer para clavarme la estaca?

–Con una ballesta.

–¡Una ballesta! ¿Y dónde está la dichosa ballesta cargada con la estaca? ¡Me divertís muchísimo, Lestat, realmente lamento tener que matarte, espero que Natalia me divierta tanto como vos! ¡Ja, ja, ja!

Los ojos completamente negros de Mariano y Magnus se reflejaban el uno al otro. Mariano nunca había cambiado su expresión de seriedad. Magnus, su sonrisa irónica, monstruosa. Fue en ese momento cuando mi amado se corrió de enfrente y yo, con mis ojos completamente negros, pude ver el corazón muerto pero latiendo de Magnus en su pecho, y lo detuve con la estaca.

Mat Elefzerakis;

miércoles 04 de abril de 2007

No hay comentarios: