viernes, 31 de agosto de 2007

Ambas naturalezas - Mat Elefzerakis

“Algún día alguien te va a hacer lo mismo que vos me hacés a mí”, me había amenazado Franco, mi primer novio importante, “Vas a quererlo, a amarlo tanto como yo te amo a vos, pero él te va a tratar de la misma forma que vos me tratás a mí”... Y así fue. La amenaza se cumplió.

La relación, como todas, empezó siendo idílica, perfecta, soñada.

Éramos compañeros de trabajo, en un fast food en el patio de comidas un shopping. Así nos conocimos, nos gustamos y comenzamos un sano histeriqueo. Cuando salíamos todos juntos después del trabajo, él me invitaba una cerveza para tener derecho a ser el que me hablara sentado a mi lado. De todas formas, todos conocíamos sus intenciones y las reglas del juego. Además, yo le daba cabida.

Empezamos una historia.

En aquella época yo estaba convencida de aquella canción que reza “Nada es para siempre”... En especial por el abrupto y desesperanzador final de mi relación con Franco. Tanto me pegó aquel final que se quedó grabado a fuego en mi memoria. En especial, aquella amenaza. Amarás como yo te amo, te tratarán como vos a mí. No quería que esa predicción se cumpliera, y el “Nada es para siempre” era la forma más segura de lograrlo.

Tenía todo eso en la cabeza al empezar mi relación con Charly. Pero me enamoré. Y cuando una se enamora se olvida del “Nada es para siempre” y empieza a hacer promesas de eternidad, y a creerse los juramentos que se le hacen.

Estaba feliz, enamora como una estúpida, y tenía a mi lado un hombre enamorado como un estúpido. Nuestra relación creció, nuestra confianza y nuestro conocimiento acerca de cada uno también. Pero, a los pocos meses que comenzamos, ya reconocido por nosotros nuestro “noviazgo”, un suceso sacudió a la familia de Charly, y a él mismo, muy profundamente. El suicidio de su tío. El hermano menor del padre, que más que tío era su hermano mayor, por sentimientos y por la cercanía generacional que tenían, era unos pocos años mayor que él. Nunca supe qué fue lo que lo llevó a quitarse la vida, colgándose en el baño de la casa de los abuelos de Charly. Lo que sí supe, porque lo sufrí en carne propia, fueron los estragos que aquello provocó en su psiquis. Porque yo, para colmo, soy estudiante de psicología.

Charly se sumió en un luto infinito.

Encima, su padre había abandonado el hogar familiar y, por supuesto, por un pelo de concha. Charly se hizo cargo de su familia entera, y de la casa, en un barrio de gente de bajos recursos, entre miseria, drogas y alcoholismo. Yo quedé postergada en un lugar lejano en sus prioridades, pero estaba enamorada. Pronto, su hermana menor, esa conchudita, también se convirtió en obstáculo. Cuando yo me quedaba en la casa de Charly ella llegaba en la mañana y se metía en nuestra cama, con su bebé. Sí, esa conchudita era ya madre, era una nenita, una adolescente, pero tenía ya la inmensa responsabilidad de una vida en sus manos... No, en realidad, la responsabilidad era de Charly, como todo en su casa. El padre de la nena era uno de sus amigos, un alcohólico y drogadicto irrecuperable.

Además, Charly trabajaba vendiendo ropa interior femenina y lencería. Sí. ¡Qué belleza! Imaginensé, estaba todo el día tratando con minas. Mis celos, por las nubes. Ojo, él no se quedaba atrás. Estaba celosísimo de un amigo mío de toda la vida, ¡y se llaman igual! Menos mal que él se hace llamar distinto, Charles, en lugar de Charly, sino, mi novio se hubiera puesto insoportable... “Mi novio”, escribí.

Lo cierto es que, más por despiste que por otra cosa, les intercambié, muy pocas veces, las denominaciones: “No, no, Charles es él, yo soy Charly”, me respondía cada uno de ellos, intercambiando los términos. Charles por Charly, Charly por Charles.

Por supuesto que jamás le fui infiel. ¿Él a mí? No lo sabría, y no me interesa. Es el hijo de su padre, pero uno no tiene la culpa de los padres que le tocan, y, además, lo defenderían los árabes, uno es más hijo de su tiempo, que su padre. Se cumple el proverbio árabe en mí. No así en Charles, que es innegablemente hijo de su padre, y no de su tiempo.

Hace muy poco, para colmo, el padre de Charly, que tiene ya una hija con la mujer con la que engañó a su mamá, le pidió ropa interior para regalar a una compañera de trabajo... Pero no sólo eso, sino que le confesó que su compañera lo calienta. Sí, sí. Así se lo dijo, su compañera lo calienta.

Pero la cosa no se queda allí. La mamá de Charly intenta reconstruir su vida amorosa. Se reencontró con su primer novio, uno que había quedado relegado a sus recuerdos de adolescencia, pero que, al encontrarse de adultos, volvieron a gustarse y decidieron reiniciar aquello que tiempos pasados habían interrumpido. Hasta ahí, una historia de telenovela de la tarde, pero ahora viene lo escabroso: el tipo es casado, con hijos. Por tanto, promesas de futura convivencia mediante, la mamá de Charly le estará haciendo, próximamente, a una pobre y buena mujer, presumo por desconocimiento, lo que a ella misma le hizo su propio marido.

La situación estaba logrando desenamorarme, por supuesto, no sin el sufrimiento que esto conlleva. Lo amo como me amó aquel primer novio, él me ama, pareciera, como yo lo amé a aquel que tanto lastimé, y ahora me toca a mí ser la que sale herida, pero fácilmente, por instinto, puedo ser la que hiere.

El desánimo de Charly fue total desde hace unos meses. Parecía que ni yo ni nadie le importaba... No, eso era mentira, siempre tenía el celular encendido para que la conchudita lo encontrara o para que su mamá le pidiera que vaya a buscar a su hermano a alguna parte, un hermanito a quien él cuidaba como tendría que hacerlo su padre ausente. Pero a mí no me respondía mis llamados ni mis mensajes. Sólo me buscaba una vez por semana, a veces cada quince días, para ir al telo, como anoche.

Yo aceptaba, a eso me veía reducida, a una concha mojada, a eso lo reducía a él, una pija parada. Esas fueron las reglas del juego. ¿Qué fue de todo el amor que sentíamos, el que sentimos durante los últimos tres años de nuestras vidas? ¿A dónde fue a parar?

La última noticia, la que me comentó hace unas horas mientras nos besábamos después que él acabara por primera vez, es que la conchudita tiene en su vientre la promesa de una nueva responsabilidad. Por supuesto, él no lo dijo con esas palabras.

Me puse de muy mal humor, pero el contexto no daba para demostrarlo. Me gusta pernoctar, da tiempo y tranquilidad, lo que no tenemos en los turnos comunes y, más importante aún, lo que no tenemos, definitivamente, en su casa.

Pero ya estaba cansada, ya estaba harta. Decidí hacer uso de mi instinto y acabar con su miseria, con su desesperación y desánimo.

Cuando cayó dormido, exhausto, empecé a tejer. Extendí mi tela a su alrededor, lo dejé inmovilizado. Después le clavé mis colmillos y comencé a drenarlo.

Charly ya nunca más despertará. Ahora está muerto. Sólo dejé de él los desperdicios que no me sirven, pero ni eso, porque ya se fueron por el inodoro. Ni siquiera el escape de este lugar me preocupa, es tan fácil para nuestra especie.

En otras épocas, en las primeras, Charly me aguantaba bastante más. Hoy, se quedó profundamente dormido después de acabar por tercera vez.

Charles me había dicho que aquello era una vergüenza, pero lo agradecía, él se veía beneficiado en la decadencia amatoria masculina, me explicaba lo “agradecidas” que quedaban con él sus víctimas, antes que él les demostrara nuestra verdadera naturaleza. Charles sigue los instintos de nuestra especie: después de probar el desempeño sexual de sus victimas, va a los papeles. O sea, no ahí mismo, después del primer encuentro, sino en el segundo, y recién después del disfrute sexual, se metamorfosea con ese horrendo aspecto que nos da ser los maldecidos descendientes de Aracné. Así se ahorra el sufrimiento que le produciría enamorarse de una humana, que es lo que me pasó a mí. Ya con ésta, dos veces.

Charles las prueba, y si le gusta su desempeño amatorio, en el segundo encuentro las devora, y ya no deja lugar para que le surja ningún sentimiento humano. No es requisito que nos guste cómo la comida se mueve en la cama. Esa, más bien, es una apuesta entre nosotros. Sólo que para mí, es más difícil encontrar buenos especimenes. Los hombres exitosos son difíciles de encontrar, y ninguna otra hija de Aracné me reprocharía por intentar disfrutarlos un tiempo, cuando los encuentro. El problema es, justamente, si me enamoro.

Lo mismo que hace Charles, había empezado a hacer yo, en mi etapa de “Nada es para siempre”. Él estaba contento.

–Por fin dejás de jugar con la comida –me había dicho–. Debiste haberte comido a ese estúpido de Franco mientras lo tenías, jugaste a ser humana, y ahora te quedaste sin comer.

–¡Puedo comerme al que se me ocurra! –le había gritado desafiante, y esa noche se lo demostré, me comí a tres. Me indigesté. No volví a comer durante un mes.

Después, metafóricamente, entré a trabajar en el fast food... Mi encariñamiento con Charly, que derivó en enamoramiento, y en los tres años de noviazgo, durante los cuáles, instintivamente, sobreviví comiendo sólo cada mes y medio, o dos meses.

–Es inarácnido lo que estás haciendo. Voy a matarlo yo, para que te lo comas de una vez.

–Ni se te ocurra, dejáme hacer las cosas a mi manera.

–A la manera humana, querrás decir... Bueno, nena, enteráte, no somos humanos, somos arañas –repetimos tantas veces esa discusión con Charles. Y yo sabía que él tenía razón, pero qué, ¿acaso una descendiente de Aracné no tiene derecho a enamorarse, a intentar vivir una vida común, como si fuese humana? Según Charles, no. Somos arañas, repite incansablemente. Pero eso no es del todo verdad. No somos sólo arañas, podemos ser humanos. Somos descendientes de Aracné, tenemos ambas naturalezas.

Eso era lo que intentaba yo al lado de Charly, pero no puede, su historia de vida no me lo permitió, si no me lo comía a él, seguro me terminaba comiendo a esa conchudita.

Mat Elefzerakis;

Jueves 05 de julio de 2007

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