viernes, 31 de agosto de 2007

Lo irreversible - Mat Elefzerakis

Vivimos. Luz, oscuridad, luz otra vez, de nuevo oscuridad, y así, infinitas veces, incontables. La vida es una sucesión de estados. Un pase constante de algo, a otra cosa, distinta de la primera, tal vez sólo en un mínimo detalle, pero distinta. Vivimos, y es importante. Es lo primero que nos importa. Lo segundo puede ser el motivo que creemos tener para vivir; el amor, el conocimiento, la justicia, o algún otro alto o convocante ideal. Pero lo primero que nos imparta para vivir, es el vivir mismo. Y es así, porque el vivir es efímero. Corto. Es un ciclo, empieza cuando nacemos, según algunos, antes todavía, y termina cuando morimos, cuando dejamos de ser. Por eso nuestra urgencia, por eso nuestro apego a vivir.

El mundo nos rodea, nos circunda, nos envuelve y nos invade. Somos parte integrante de ese mundo, cumplimos un papel, una función, con obligaciones y derechos. Y es ese mundo, el que nos determina como seres, el que nos indica quiénes somos. Interactuamos con muchos otros seres, de nuestra propia especie y de muchas otras... Así de complejo es el mundo.

Biológicamente, vamos camino, irreversiblemente, hacia la finitud, hacia ese final que es la muerte. Por eso vivimos. Luz, oscuridad, sucesivamente. En el camino cumplimos, o no, nuestro propósito. Un propósito impuesto, por nosotros mismos, por la formación, por la identidad que nos dio, que nos inculcó y que nos convenció que somos, ese mundo que nos rodea, que nos completa y del que somos parte integrante e inaislable. Otras veces, no somos nosotros influidos por nuestro mundo quienes decidimos el propósito, sino el mundo directamente, sin esperar nuestra opinión. Puede ocurrir, ocurre de hecho, muchas veces. Hacemos lo que podemos, vivimos... No nos es posible saber si hacemos lo que tenemos que hacer, lo que queremos hacer, lo que nos dicen que hagamos, sólo vivimos. Y hacer las cosas es vivir. Vivimos.

En el principio, nuestro mundo lo es todo para nosotros. Mamá y papá son la primera manifestación del mundo que conocemos. Nuestros primeros formadores, modificadores. Después vendrán otros, muchos otros. Pero, de seguro, tendrán que pasar ciertos filtros, que creemos nuestros, propios, pero que en realidad nos fueron inculcados por mamá y papá en aquella primera formación.

Crecemos, tal vez, evolucionamos. Imperceptiblemente vamos pasando de un estado a otro. Vivimos. El bebé pasa a ser niño. El niño adolecerá. Y allí, con toda la carga de la educación, de la formación, de los filtros inculcados por mamá y papá, es cuando uno mismo, intenta encontrar su propio camino, su propio ser... Muchas veces cree hallarlo. Pero es una ilusión, nos es determinado, impuesto, como siempre, por nuestro mundo, por nuestra formación, por nuestros ideales... Así seguimos creciendo, viviendo, y el púber se transformará en joven. La adultez seguirá, después, el tiempo nos traerá la vejez. ¡Ah sí, el tiempo, el que todo lo devora! Así vivimos, siempre vivimos, en el ínterin nos formamos, vamos buscando cosas, perdiendo otras. Sintiendo, amando. Al final, somos devorados por Jrónos, por el tiempo, de igual forma que en la época mitológica devoraba a sus hijos. Sigue devorando. Y eventualmente nos devorará a todos. Es mentira que Zeus lo derrotó, o al menos su victoria fue efímera, efímera como todo, como la vida. Zeus mismo fue devorado por Jrónos, por el tiempo, quien terminará por devorarnos a todos.

Mi mundo se desmorona, seguro es por eso que sueno desesperanzado... Hablo en masculino, pero en realidad no sé qué soy... Todavía no estoy biológicamente formado lo suficiente para saberlo. Mi mundo es simple. Estoy en la etapa primaria de mi formación, mi mundo se reduce a mamá y papá. Vivo bajo el agua.

Desde hace un tiempo, escucho las voces de mamá y papá. Ellos me quieren, estaban muy contentos conmigo, hacían planes, decidían cosas... Sus voces son simples, los descubro, en mi imaginación, no más formados que adolescentes, tal vez muy poco mayores, en los primeros albores de la juventud, en el alborozamiento del amor...

Por eso, cuando sus voces se volvían fuertes, agresivas, sabía que no era contra mí. Escuchaba otras voces, fuertes y severas. Voces adultas, curtidas por el paso del tiempo. Las discusiones fueron cada vez más agresivas, más irreconciliables.

Hace muchos días que no escucho a papá. No sé qué le pasó. Espero que esté bien. El mismo tiempo que no escucho a papá es el tiempo en que mamá me estuvo repitiendo, una y otra vez, que me ama, que me va a amar siempre y que siempre me recordará, que jamás me olvidará...

Hasta hoy no entendía el por qué de todo aquello, las aguerridas discusiones que desembocaron en la ausencia de papá, y las disculpas y despedidas constantes de mamá.

Hoy, algo perturbador interrumpió mi calma. Un objeto extraño irrumpió en la infinita paz de mi mundo... El líquido que me sustenta comenzó a irse, sé que mi vida depende de él... No puedo escuchar la voz de mamá... Espero que esté bien. No sé qué pasa afuera, no puedo preguntárselo a nadie. Escucho voces, extrañas, que no había escuchado nunca. “Pronto estará terminado”, escuché clarísimo.

El objeto extraño está entrando de nuevo, parece que esta vez llegará hasta mí. Si tengo razón, si eso me alcanza, todo habrá terminado, mi mundo estará acabado, cuando recién estaba empezando.

Mat Elefzerakis;

martes 19 de diciembre de 2006

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