viernes, 31 de agosto de 2007

Maquetas perfectas - Mat Elefzerakis

Había observado por encima del diario que fingía leer, a un hombre de baja estatura, sin cabello, habitualmente pálido, extremadamente delgado. Por sus gestos duros y su mal carácter, solía caer mal a las personas, afeándolo todavía más. Bebía muy lentamente su café y leía con extrema concentración una biografía de Winston Churchill. Noté con ironía que tenía cierto parecido con la foto del estadista inglés en la portada del libro, que tendría, seguramente, la misma edad al momento en que se la tomaron, sesenta y ocho años.

Su futura esposa, Claudia, era mi cliente, sospechaba que aquel hombre desgarbado le era infiel, y había contratado mis servicios para investigarlo. Su diferencia de edad era notable. Ella tenía veintinueve años. Pero la diferencia física, de la cual me cercioré al empezar a seguirlo, era todavía más contrastante. Claudia, es una mujer joven, muy apuesta, estilizada desde todos los aspectos; mi investigado, Francisco, es un anciano maltrecho por los años, aunque es evidente que en sus años mozos tampoco fue un Adonis, ni siquiera discretamente lindo. Claudia y Francisco habían sido novios durante más de diez años, y en aquel momento, estaban pronto a casarse.

Supuse que el amor que Claudia tenía por Francisco, pues se mostraba sincera y nunca me había dado motivos para dudar, se basaba en una admiración intelectual. Ella era la decana de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Francisco tenía un carácter acorde con su profesión, Socio Mayoritario de la firma de abogados más importante de la Argentina... Sí, estuve siguiendo a Francisco Aguirre, un hombre con una fuerte presencia mediática, en la que muestra poca delicadeza en el trato con las personas.

Esa fuerte presencia en los medios me hizo intuir que, en la calle, si es que Claudia tenía razón, y Francisco le era infiel, no lo descubriría in fraganti jamás. Tendría que ser en el interior de un local, tal vez en algún Club Nocturno.

En realidad, Claudia no tenía sospechas certeras, de hecho, la convivencia era excelente, pero ella quería asegurarse la fidelidad de su marido para casarse tranquila. Como trabajaban los dos, sólo compartían la casa durante las horas nocturnas. Ella estaba preocupada porque temía que su marido la cambie por otra mujer. Quería estar segura de no ser engañada, y que, por tanto, podrían estar juntos y felices el resto de su vida.

Francisco Aguirre pasa, todavía hoy, demasiadas horas en reuniones definidas por sus secretarias como “importantes”, aquello daba para fundar algunas sospechas. En la segunda semana decidí un seguimiento más exhaustivo, una marcación personal.

Claudia apoyó mi decisión en la primera entrevista. Le presenté el informe con mis conclusiones iniciales. Francisco parecía el hombre más fiel del planeta Tierra, y también uno de los más trabajadores, por el tiempo invertido en reuniones importantes. Había que profundizar, si quería encontrar algo. Aunque, a decir verdad, no me interesaba tanto la fidelidad o no de Francisco Aguirre, sino su posible conexión con negocios sucios y corrupción, eso era lo que realmente quería encontrar, finalmente tenía un pez gordo entre manos, a costa de quien obtener fama y dinero. El caso Aguirre había despertado mi codicia.

Mi vida había empezado a cambiar. Lo seguía más de dieciséis horas diarias. Eso implicó abandonar mi casa, a Brisa, mi mujer, y la vida que hasta el momento había construido con ella.

Terrible fue mi sorpresa cuando una mañana, a través de mis binoculares, desde mi oficina alquilada convenientemente en el edificio frente al poderosísimo Estudio Jurídico Aguirre, D’andrea & Labanca, vi a mi mujer formando parte del equipo de secretarias de Francisco Aguirre. El caso Aguirre tomaba tintes personales. Tan inmerso estaba en mi investigación, que no había prestado atención cuanto mi Brisa me contó que había conseguido trabajo como secretaria. Al notar mi desinterés, no me dijo de qué firma se trataba, ni que sería una de las secretarias del mismísimo Francisco Aguirre.

Las preguntas para mi mujer comenzaron a girar en torno a la vida personal de su patrón, y, también, celoso, en torno a la relación que ella pudiera llegar a tener con él. Mis sentimientos interferían en mi trabajo. Mi mujer pronto notó esos celos y optó por la decisión más madura. Demostrarme su amor en los hechos y no responder a mis preguntas respecto de ese tema.

Pero no me fue suficiente. Mi investigación me había demostrado cierta fama galante de “Don Francisco”, a pesar de la tosquedad con que solía tratar al común de la gente, y de su carácter casi permanentemente huraño. Sin embargo, todas sus secretarias, incluyendo a mi Brisa, hablaban bien de él. Los celos me carcomían, no quiero excusarme, pero creo que fue por eso por lo que empecé a frecuentar más seguido a Claudia.

Con la excusa de presentar informes extras sobre mi investigación, cada vez más seguido. Mi interés en mi cliente se incrementaba, demasiado interés, pronto, apasionado interés.

Conforme pasaba el tiempo, Claudia fue ganando espacio a Brisa en mi mente, en mis pensamientos y sentimientos. En lugar de pensar en Brisa, pensaba en Claudia. En poco tiempo me olvidé la verdadera razón por la cual me vinculaba a Claudia. Olvidé la investigación sobre la fidelidad de Francisco Aguirre. Incluso, olvidé también sus posibles vinculaciones con la corrupción o los negociados ilegales, cuyo descubrimiento había despertado mi codicia. Ahora sólo me interesaba Claudia. Las semanas pasaban, y yo no sabía qué hacer. Miles de preguntas surgían. Pero ninguna tenía una respuesta concreta, una respuesta confiable, de la cual yo pudiera estar seguro. Solían tener dos opciones, Brisa o Claudia.

Empecé a jugar a dos puntas.

Ya no trabajaba para ella. Mi investigación había dejado de tener efecto. Ahora nos involucrábamos sentimentalmente.

Ella elegía los lugares donde íbamos. Un día me dio el honor de elegir a mí. Quise llevarla al lugar donde conocí a Brisa. Ella aceptó sin ningún problema. Cuando llegamos, me confesó que en ese lugar había conocido a Francisco. A pesar de sus malos recuerdos, decidimos entrar igual.

Nos sentamos en una mesa apartada de la puerta principal, cerca de un gran ventanal.

–¿Esta mesa está bien, amor? –pregunté a Claudia.

–Es perfecta, amor, muchas gracias, con Fran, nos habíamos sentado del otro lado del restauran –así comenzamos una velada agradable, de diez minutos...

–¿Esta mesa está bien, amor? –escuchamos a mi espalda.

–Es perfecta, amor, muchas gracias, con Luc, nos habíamos sentado del otro lado del restauran.

–Dichosa casualidad, señor Aguirre. Aquí está Luc –dije volteando de inmediato.

–¡Claudia! –se sobresaltó Francisco, casi con una expresión de terror.

Claudia, por su parte, permaneció inmóvil, inquietantemente serena. De hecho, todo el restauran pareció quedarse así... ¿Pareció? No, todo el restaran perdió completamente el movimiento. Sólo Francisco, Brisa, Claudia y yo seguíamos conscientes, el resto del mundo había quedado fuera del tiempo. O éramos nosotros cuatro los que lo estábamos. Nunca lo supe. Nunca se lo pregunté a Claudia... Ingenuo de mí, todavía hoy la llamo Claudia...

Aterrador fue ver la mosca que había quedado paralizada a centímetros de mi nariz. Sus alas tiesas, sus millones de ojos reflejantes. Inmóvil, suspendida en el aire, como una maqueta perfecta.

–Maqueta perfecta... Me gusta esa metáfora, Luc –me dijo Claudia, incorporando de su silla y pasando por detrás de mí. El calor del lugar comenzaba a incrementarse.

–¿Leés mi mente? ¿Sos vos la que produce esto?

–Quién soy yo, es la verdadera pregunta.

Francisco se apartó de al lado de Brisa y fue a besar, galantemente, la mano de Claudia, tras lo cual, ambos sufrieron horribles metamorfosis. Si ver a Francisco con forma humana ya era suficientemente grotesco, con aquel otro aspecto gargólico, al que todavía no puedo acostumbrarme, es indefiniblemente menos soportable. En cuanto a Claudia... Su estatura y su estructura corporal se incrementaron, pero su forma continuó siendo femenina como sus facciones hermosas, a pesar del surgimiento de dos enormes cuernos en su frente y las alas en su espalda, sin contar con el enrojecimiento de sus ojos.

Al final, mis sospechas eran verdaderas. Brisa, mi mujer, me engañaba con Francisco Aguirre. Yo engañaba a Brisa con Claudia, la mujer de Francisco Aguirre. Pero ni Claudia ni Francisco pertenecían al mundo de los mortales. Francisco era un realidad un lacayo, un sirviente, un demonio menor al servicio del Diablo, y Claudia... Bueno, ¿hace falta que lo aclare?

Ni mi alma ni la de Brisa nos pertenecen ya. Todavía caminamos en la tierra, juntos, como antes, pero ahora obedecemos las órdenes de Claudia y, al igual que Francisco, nuestro trabajo es cazar almas... Y de la peor manera que a nosotros se nos podía pedir: separando parejas felices. Destruyendo maquetas perfectas.

Mat Elefzerakis & Verónica Bogs;

Sábado 02 de junio de 2007

No hay comentarios: