viernes, 31 de agosto de 2007

Pueblo chico - Mat Elefzerakis

El rebote de la luz solar en el pavimento no dejaba al cansado profesor distinguir los nombres de los colectivos. Hacía bastante ya que esperaba a “El colmenar”.

Sacó un pañuelo para secarse el sudor de la frente, y al guardarlo se encontró con el colectivo detenido delante de él. Sin pensarlo, subió.

–Buenas tardes.

–Buenas tardes, profesor –contento con el reconocimiento, respondió con una sonrisa antes de acercarse a la máquina expendedora de boletos–. No, por favor, no hace falta.

–Pero cómo no, es mi obligación pagar mi boleto.

–Tiene obligaciones más importantes, profesor. Sé lo duro que es ser docente.

–Bueno, muchas gracias –respondió, y se sentó en el primer asiento en diagonal al chofer–. ¿Usted es?

–Leandro Ferreira, profesor…

–Ferreira… Usted es el padre de Marquitos.

–Sabía que si le decía mi apellido, usted sabría…

–No, por favor. A esa edad todos los chicos son así. No se preocupe. Habrá que tomar medias si en unos años Marquitos sigue como hasta ahora. Por el momento, vamos bien.

–Bueno, menos mal, me quedo más tranquilo, entonces. ¿Va para la escuelita Moreno?

–No, no. Afortunadamente, los viernes termino temprano, regreso a casa. Pero los días cortos son tan cansadores como los largos.

–Sí. Le creo, profesor. Como le dije, sé lo sacrificado que es ser docente. Usted tiene en sus manos el futuro de casi todos los chicos del pueblo. Es un pueblo chico, pero, usted sabe, afortunadamente tenemos más niños y adolescentes que viejos… Es un gran trabajo el que hace. Marquitos lo aprecia mucho.

–Marquitos es un chico con un gran corazón… Y sí… Para hacer el trabajo docente hace falta una verdadera vocación de servicio. Un estar dispuesto a desempeñar tareas para las que no recibimos instrucción. Hay que entender a los chicos, comprenderlos… Siempre creí, y fue esa la razón principal por la que elegí este camino, que trabajar con chicos y adolescentes era una forma de intentar contribuir a la formación de un futuro mejor, al menos desde la humilde tarea de dejar una huella, por más mínima que sea, en la vida de los chicos.

–Si todos los docentes pensaran como usted, profesor.

–Piensan como yo, Señor Ferreira, piensan como yo. La mayoría.

El profesor miraba por la ventanilla, en las paradas, nadie estiraba su mano para subirse a “El colmenar”, ni siquiera la gente que habitualmente tomaba ese colectivo a la misma hora que él. La peculiaridad no lo molestó, así llegaría más rápido. Extrañaba mucho a su mujer, embarazada de pocos meses de la que será su hija primogénita. El profesor se considera un hombre feliz… Es más, de joven, cuando eran novios, se llamaba a sí mismo “el hombre más feliz del mundo”.

–Saludos a su señora, profesor, se merece toda la felicidad que el futuro le depara.

–Serán dados, Señor Ferreira, y muchísimas gracias, por todo… Me bajo en la siguiente. Será hasta la próxima.

–Hasta la próxima, profesor, pero todavía le quedan largos años –como al subir, el profesor le devuelve una cordial sonrisa.

Mirando como “El colmenar” se aleja, el profesor piensa que Marquitos no sabe que él es casado, mucho menos que ella esté embarazada, nunca hizo ninguna referencia a su vida personal delante de sus alumnos. Pero más lo inquieta el significado de aquella extraña despedida, un próximo encuentro, recién cuando hayan transcurridos largos años… ¿Qué le habrá querido decir con aquello?

–¡Marquitos!

–¡Profe! ¿Cómo le va?

–Muy bien, acabo de bajarme del colectivo de tu papá –Marquitos se puso pálido; el profesor se sorprendió–. ¿Qué pasa, Marquitos? ¿Te sentís mal?

–Es que… Profe, mi viejo murió en un accidente, hace cinco años.

Mat Elefzerakis;

Pacheco; Sábado 07 de julio de 2007

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